Y ella se quedó dormida
ebria y satisfecha
antes yo le había servido unas copas de champagne, la música suave
y la vista al mar que tanto le gusta cuando la alegría
se le empezó a notar en las mejillas.
Luego se acordó del novio taimado
truhán malvado que la había abandonado por su mejor amiga
porque mejores tetas dijo ella que tenía,
pero las suyas me gustaban, y me encantaron.
Lloró en mi hombro siempre presto,
y ahogó sus recuerdos entre licor y el Hugo Boss
para ocaciones especiales como ésta.
Recogí sus cabellos y limpié sus ojos con ternura, otra copa, quiero vino esta vez me dijo,
le serví un Cavenernet Souvignon y se quedó respirando a mi oído.
Yo la abracé para acariciarle la nuca. Ella había decidido olvidar.
Cogí su mano con firmeza y la sostuve de los labios con los míos
bebimos lo que quedaba de vino y nada mejor que probar su piel macerada
para confundirnos en el sofá negro en esa tarde de invierno
y entregarnos al placentero mundo del amor irresponsable.
Libres al fin de la ropa que le quité sin que lo pueda recordar mañana
la recorrí palmo a palmo como quien saborea una presa indefensa
desde arriba, explorando el cuello suave, lo hombros desnudos,
las montañas redondas y perfectas de pezones tersos.
Delicioso, no hay como el oler a una hembra en su intimidad
su piel erizada me indicaba el camino correcto,
sus dedos se aferraban a mi cabello
ella cerró los ojos y se encerró en un mundo de sonidos
para estallar en sus más dulces fantasías.
Lo demás fue una lucha sin cuartel, formamos figuras
cada una más aventurada que la otra, probamos
las delicias del oriente y las enseñanzas del sur del Asia.
Canela, incienso de lavanda, luces y especias prohibidas
en un viaje astral de gustos prolongados.
Ella explosionó tantas veces hasta perder la noción
de la vida, se sintió morir y renacer hasta caer
por última vez rendida.
Y ella se quedó dormida
ebria y satisfecha
de la venganza al novio consumada
fui yo un servidor,
fiel instrumento de su placer.